El Congreso de Colombia fue la sede de la IX Conferencia Panamericana en abril de 1948. |
El asesinato del dirigente liberal Jorge
Eliecer Gaitán el 09 de abril de 1948 coincidió con la presencia en Bogotá de
decenas de altos representantes diplomáticos de los países del Continente. La
capital colombiana era la sede desde el 30 de marzo de la IX Conferencia Internacional
Americana, o IX Conferencia Panamericana, en la cual se decidiría la creación
de la actual Organización de Estados Americanos OEA. Las tensiones entre EEUU y
la Unión Soviética estaban ganando fuerza y el Secretario de Estado
estadounidense, general George Marshall, estaba en Bogotá para dar cuerpo a una
alianza continental anticomunista.
La delegación venezolana estuvo presidida
por el ex presidente Rómulo Betancourt, engalanada con la presencia del
escritor José Rafael Pocaterra e integrada por Carlos Morales, Simón Gómez
Malaret, Alejandro Oropeza Castillo, Marcos Falcón Briceño, Luis Troconis
Guerrero y Antonio Pinto Salinas. El joven doctor Ramón J. Velásquez viajó como
Secretario de la delegación.
** Cercanías
y distancias en 1948
Corren los primeros días del año 1948. En
Venezuela, la Junta de Gobierno se apresta a transferir el gobierno a Rómulo
Gallegos, mientras las cancillerías de Venezuela y Colombia trabajaban los
detalles para abrir nuevas sedes diplomáticas en cada una de las dos capitales.
Los trámites previos para el intercambio de
inmuebles los había dirigido el canciller venezolano Gonzalo Barrios junto al
muy activo embajador colombiano en Caracas, Antonio María Pradilla. En marzo el
gobierno del ingeniero Mariano Ospina Pérez, y en abril el novísimo gobierno
del novelista Rómulo Gallegos, concretaron actos de mutua amistad mediante la
donación de edificaciones para las respectivas embajadas. Una mansión en el
Campo Claro caraqueño, expropiada a José Vicente Gómez y que aún hoy se llama “Quinta
Colombia”. Una mansión en Chapinero que todavía sirve de residencia para el
embajador venezolano en Bogotá.
Don Mariano Picón Salas, embajador de
Venezuela ante el gobierno colombiano, ya desde noviembre de 1947 esperaba
ansioso la entrega de la nueva residencia oficial, la cual aspiraba inaugurar
con la llegada de la delegación venezolana a la conferencia panamericana.
Pero el año 48 no prometía ser fácil en
las relaciones entre ambos países. La violencia política colombiana encontró en
las relaciones con Venezuela excusas para la exaltación panfletaria. La sede
del consulado venezolano en Cúcuta fue incendiada en enero y asaltada en mayo.
Corrieron reiterados rumores sobre la presencia de tropas venezolanas en la
frontera y sobre la introducción de armas a Colombia por parte de militantes “socialcristianos”
venezolanos. En junio, el presidente Gallegos viajó a Washington invitado por Harry
Truman. Esos mismos días Alberto Carnevali, en su condición de jefe
parlamentario de AD, viajó secretamente a Bogotá para reunirse con el
presidente Ospina buscando bajar la presión en las relaciones. La Primera Dama,
Doña Berta Hernández de Ospina, se mostraba particularmente molesta por ciertas
noticias llegadas desde Caracas: se hablaba de la existencia de un disco grabado
con señales de la Radio Nacional de Venezuela, desde donde se habrían expresado
frases poco consideradas contra el gobierno de su marido en medio de la crisis
de abril. La poblada de abril en Bogotá y el cuartelazo de noviembre en Caracas
colocaron, cada uno en su momento, el tema del derecho de asilo político en el
tapete diplomático bilateral.
El diario
El Siglo, órgano de la más radical fracción del conservatismo, dirigido
por Don Laureano Gómez Castro, era usual tribuna para gruesas acusaciones contra
Rómulo Betancourt. Las páginas del periódico de Don Laureano solían reproducir textos
firmados por José Vicente Pepper en los cuales acusaba a Betancourt de comunista.
Pepper, según lo denunciara la cancillería venezolana, era un propagandista al
servicio del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Tan usuales se
hicieron aquellos ataques desde las páginas de El Siglo, que en alguna ocasión
la Embajada venezolana emitió un comunicado aclarando “la absoluta divergencia”
que existe entre el partido de Betancourt y el comunismo. Por lo bajo, la
cancillería colombiana hizo saber a Caracas que el propio presidente
Ospina pidió moderación a Don Laureano
para que controlase la información que publicaba sobre Venezuela ya que la
inclusión en El Siglo del panfleto de Pepper titulado “Venezuela bajo la órbita
soviética” había ofendido al líder venezolano. Dados los caracteres de ambos
personajes, los conocedores de la vida política colombiana de aquel momento
quizás pondrán en duda ese pedido de “moderación” de Ospina a Gómez. Pero al
menos eso fue lo que el canciller Domingo Esguerra dijo al embajador Picón
Salas al coincidir en una reunión social en una fría noche bogotana. Don
Laureano era el indiscutido jefe conservador, el mejor orador de Colombia cuyo
verbo era temido en los espacios parlamentarios, el director del principal
periódico conservador y, además, ministro de Relaciones Exteriores y seguro
candidato presidencial para las elecciones del 1950.
***
Laureanistas acusan a Betancourt por el Bogotazo
Buscando responsables de los disturbios
tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril, Ospina no dudó en
señalar la participación internacional comunista, declaración previa a la
“suspensión” de relaciones entre Colombia y la Unión Soviética. Jamás el
gobierno conservador y mucho menos sus circunstanciales aliados liberales señalaron
a Betancourt como responsable de los sucesos. Incluso, Plinio Mendoza Neira,
uno de los dirigentes liberales que
marcharon en medio del Bogotazo al palacio de gobierno para pedir la renuncia
de Ospina, intentó infructuosamente hacer aprobar una moción en el Senado colombiano
en desagravio a Betancourt.
Pero
allí estaba el laureanismo, molesto porque el Bogotazo le restó grandeza
a la reunión panamericana que Don Laureano presidía, molesto porque los
liberales lograron colarse en el gabinete ministerial, molesto porque Don
Laureano fue excluido del gobierno de su propio partido. Y en el Senado estaba
el laureanismo presto a señalar al ex presidente venezolano como uno de los
cabecillas de la conspiración comunista contra Colombia, allí estaba el
laureanismo poco dispuesto a darle paso a la moción de Don Plinio. Desde aquel
entonces es posible encontrar escritores colombianos dispuestos a dar como
veraz la tesis según la cual, Rómulo Betancourt formó parte de una conspiración
comunista que causó El Bogotazo.
A la fama de comunista que precedía a
Betancourt se le agregó su presencia en Bogotá justamente el 9 de abril, el día
cuando la ciudad se convirtió en una explosión de violencia callejera. No
bastando la coincidencia de fechas entre el Bogotazo y la visita de Betancourt,
éste en su discurso ante la Conferencia Panamericana había exigido la
independencia de Puerto Rico. Esta postura aportaba nuevas evidencias a favor
de la tesis laureanista sobre el comunismo venido desde Venezuela.
De acuerdo con la versión laureanista de
la visita de Betancourt a Colombia, el ex presidente venezolano habría
ingresado por tierra junto con unos pocos acompañantes, transportando un
cargamento de armas que fueron llevadas hasta Bogotá. Una revisión sigilosa cumplida
en Paipa a los cinco vehículos de la comitiva venezolana, por parte de agentes
de inteligencia, habría develado el letal equipaje betancuriano. Al mismo
tiempo, Betancourt habría organizado a quinientos militantes venezolanos,
quienes desde Cúcuta, Puerto Carreño, Barranquilla y Arauca habrían marchado
hasta la capital para auspiciar los desórdenes del 9 de abril. Estos agentes
betancuriano-comunistas se habrían mantenido en
contacto con la delegación venezolana, hospedada en las Residencias El
Nogal. Troconis Guerrero, Gómez Malaret y Pinto Salinas son acusados como los
operadores políticos de aquella milicia irregular venezolana. La versión
laureanista de los hechos concluye afirmando que los agentes comunistas
venezolanos fueron evacuados en aviones Constellation enviados por el gobierno
de Caracas bajo la excusa de hacer llegar ayuda humanitaria.
Lo cierto es que la delegación venezolana había viajado a Bogotá en avión.
Betancourt quiso hacer por carretera el trayecto desde la frontera e invitó a
Pocaterra para que lo acompañara en la aventura de hacer el camino desde Cúcuta
a Bogotá. Para Betancourt aquel viaje no sólo significaba un cambio de ambiente
y de rutina, sino la oportunidad de compartir largas horas con un hombre al
cual admiraba desde veinte años atrás cuando sin disimulo procuraba copiar el
estilo de Pocaterra el escritor.
Los venezolanos se alojaron en un hotel
del centro, en plena Carrera Séptima. La localización del Hotel Regina, ahí
donde ahora está el Banco de la República, lo hacía perfecto para asistir a las
deliberaciones del Congreso Panamericano que tendrían lugar en la sede del Congreso. Pero el 9 de abril
la Carrera Séptima ardió tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. El Hotel
Regina corrió la misma suerte de aquellas viejas casas de uno y dos siglos de
antigüedad que se transformaron en candela y humo.
En medio de los disturbios, salir del
Congreso no fue cosa fácil. Uno de los delegados mostraba una bandera
venezolana para abrirle paso a sus compañeros por entre calles llenas de gente
que corría y de disparos que silbaban. Varias cuadras más allá los venezolanos
consiguen un camión que los sacaría del centro camino a un edificio nuevo,
amoblado y sin habitar: las residencias El Nogal, en Chapinero, cerca de la
nueva sede de la Embajada. A cada delegación le fue asignado un piso y poco a
poco comenzaron a darse encuentros entre
las personalidades congregadas en el mismo techo por fuerza de la
circunstancia. Velásquez recuerda que la primera noche, Víctor Andrés Belaunde,
gran diplomático, historiador, orador y escritor peruano bajó a presentar sus respetos a
Betancourt.
La Conferencia Panamericana se mudó de
sede, concluyendo sus sesiones en el Gimnasio Moderno, el colegio donde se
formaban los delfines del poder en Colombia. Ocho días después cerraron las
sesiones panamericanas, terminando el estreno de Ramón J. Velásquez en
funciones diplomáticas.
A los pocos meses en Venezuela fue
derrocado el gobierno de Rómulo Gallegos, el primero en haber sido electo
constitucionalmente y mediante voto universal en la historia del país. Mediante
un cable fechado en Bogotá el 02 de diciembre de 1948, el embajador
estadounidense Mr. Beaulac informó al Departamento de Estado sobre una
conversación con Eduardo Zuleta Angel, canciller colombiano para la fecha. El
canciller de Ospina habría manifestado que “la desaparición del Gobierno de
Gallegos había removido una amenaza comunista en América”.
Pero no todos en Colombia creían que el
gobierno venezolano estaba formado por
comunistas. El expresidente Eduardo Santos, gran vocero del liberalismo
desde su periódico El Tiempo, consideraba a los adecos como lo que eran: un
grupo democrático, la versión venezolana del liberalismo colombiano. A los ojos
de Santos, Betancourt y su grupo eran
liberales... y por ello, El Tiempo en reiteradas ocasiones confrontó posiciones
editoriales con El Siglo a raíz del tema venezolano.
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**Extracto del trabajo “Ramón J
Velásquez: la red de liberales y socialdemócratas” que forma parte del libro "Ramón
J. Velásquez. Estudios sobre una trayectoria al servicio de Venezuela",
publicado por la Universidad Metropolitana de Caracas y la Universidad de los
Andes-Núcleo Táchira en 2003.