jueves, 27 de octubre de 2022

CARLOS ANDRES PÉREZ, el optimismo necesario

Artículo de Edgar C. Otálvora publicado el 23 de noviembre de 1988 en el diario El Nacional de Caracas.

CAP en acto electoral en San Cristóbal, Táchira. 1988


Durante por lo menos una década, la capacidad nacional para adquirir riqueza fácil, proveniente del exterior vía la renta petrolera, estará limitada. El país se ve ante la obvia decisión de continuar. Sin embargo, el continuar habrá de responder y de hecho ya lo está haciendo, no sólo a las nuevas realidades económicas, sino a lo que en cuanto comunidad hemos acumulado en las últimas décadas. Los activos y pasivos: la planta industrial instalada y las prácticas empresariales parasitarias, los profesionales de alto nivel y la marginalidad, los inventos producidos por científicos venezolanos y los hospitales mal administrados.

 

El “balance general” del país, si nos atenemos al desenvolvimiento de los últimos cuatro años, pareciera ser positivo. La diferencia entre activos y pasivos (económicos, políticos, humanos…) demuestran que poseemos un potencial elevado. Lo que pudo convertirse en el desenlace explosivo de una sociedad, se ha transformado en un aliciente para su transformación: tras la caída del ingreso petrolero la cantidad de nuestros empresarios se ha incrementado, con toda dignidad usamos zapatos de manufactura nacional, y marchamos hacia unas elecciones presidenciales que lejos de producirse en un ambiente de hostilidad social, son, por el contrario, una muestra indiscutible de la legitimidad del sistema político.

 

En suma, con ventajas importantes vamos a enfrentar los años difíciles que nos esperan. Pero ello no es suficiente. El proceso de ajuste esperable contemplará, seguramente, una agudización de situaciones críticas, en relación a la distribución del ingreso. La caída de los salarios reales y de la tasa de beneficio (artificialmente altos en el pasado gracias al ingreso petrolero), tendrá como consecuencia, el incremento de la competencia social de todos los terrenos. Esta es, sin duda, una consecuencia importante y valiosa, pero que deberá ser catalizada por una acción gubernamental que limite los extremos esperables de miseria crítica, mediante un reforzamiento de la actividad gubernamental en el área de los programas sociales.

 

Las dificultades anunciadas en el futuro inmediato, estarán acompañadas con un reacomodo de las fuerzas sociales en relación a la producción y la distribución. Las ventajas relativas que ofrece un bolívar devaluado, impulsarán el interés por la producción dirigida a la exportación, bajo el supuesto de bajos costos de mano de obra. A su vez, los salarios reales bajos pueden conducir a enfrentamientos laborales de mayos o menor grado. Estos que son algunos elementos teóricamente esperables poseen un componente común: el futuro positivo de Venezuela estriba en la capacidad nacional de incrementar su riqueza.

 

El proceso de ajuste venezolano necesita de una dirigencia política que cubra los requerimientos nacionales en cuanto a optimismo, inspiración, autovaloración, entusiasmo. Estas son variables no cuantificables y que los teóricos no incluyen en sus modelos, pero que son fundamentales cuando se analiza la realidad. Venezuela requiere de una dirigencia política capaz de movilizar las potencialidades nacionales: una dirigencia que estimule en cada venezolano, el espíritu de trabajo, de futuro, de esperanza personal y colectiva.

 

No necesitamos odios generacionales, ni discursos retaliativos. Se requiere un liderazgo capaz de llamar la atención del país sobre las dificultades y convocarlo con entusiasmo hacia el cumplimiento de los objetivos nacionales. El ajuste económico y social requiere de una dirigencia positiva, optimista, que transmita al país el ejemplo del trabajo y la acción como valores sociales y personales supremos. Esta dirigencia necesaria está representada en la figura de Carlos Andrés Pérez.