Artículo de Edgar C. Otálvora publicado el 23 de noviembre de 1988 en el diario El Nacional de Caracas.
CAP en acto electoral en San Cristóbal, Táchira. 1988 |
Durante por
lo menos una década, la capacidad nacional para adquirir riqueza fácil,
proveniente del exterior vía la renta petrolera, estará limitada. El país se ve
ante la obvia decisión de continuar. Sin embargo, el continuar habrá de
responder y de hecho ya lo está haciendo, no sólo a las nuevas realidades
económicas, sino a lo que en cuanto comunidad hemos acumulado en las últimas
décadas. Los activos y pasivos: la planta industrial instalada y las prácticas
empresariales parasitarias, los profesionales de alto nivel y la marginalidad,
los inventos producidos por científicos venezolanos y los hospitales mal
administrados.
El “balance
general” del país, si nos atenemos al desenvolvimiento de los últimos cuatro
años, pareciera ser positivo. La diferencia entre activos y pasivos
(económicos, políticos, humanos…) demuestran que poseemos un potencial elevado.
Lo que pudo convertirse en el desenlace explosivo de una sociedad, se ha
transformado en un aliciente para su transformación: tras la caída del ingreso
petrolero la cantidad de nuestros empresarios se ha incrementado, con toda
dignidad usamos zapatos de manufactura nacional, y marchamos hacia unas
elecciones presidenciales que lejos de producirse en un ambiente de hostilidad
social, son, por el contrario, una muestra indiscutible de la legitimidad del
sistema político.
En suma,
con ventajas importantes vamos a enfrentar los años difíciles que nos esperan.
Pero ello no es suficiente. El proceso de ajuste esperable contemplará,
seguramente, una agudización de situaciones críticas, en relación a la
distribución del ingreso. La caída de los salarios reales y de la tasa de
beneficio (artificialmente altos en el pasado gracias al ingreso petrolero),
tendrá como consecuencia, el incremento de la competencia social de todos los
terrenos. Esta es, sin duda, una consecuencia importante y valiosa, pero que
deberá ser catalizada por una acción gubernamental que limite los extremos
esperables de miseria crítica, mediante un reforzamiento de la actividad
gubernamental en el área de los programas sociales.
Las
dificultades anunciadas en el futuro inmediato, estarán acompañadas con un
reacomodo de las fuerzas sociales en relación a la producción y la distribución.
Las ventajas relativas que ofrece un bolívar devaluado, impulsarán el interés
por la producción dirigida a la exportación, bajo el supuesto de bajos costos
de mano de obra. A su vez, los salarios reales bajos pueden conducir a
enfrentamientos laborales de mayos o menor grado. Estos que son algunos
elementos teóricamente esperables poseen un componente común: el futuro
positivo de Venezuela estriba en la capacidad nacional de incrementar su
riqueza.
El proceso
de ajuste venezolano necesita de una dirigencia política que cubra los
requerimientos nacionales en cuanto a optimismo, inspiración, autovaloración,
entusiasmo. Estas son variables no cuantificables y que los teóricos no
incluyen en sus modelos, pero que son fundamentales cuando se analiza la realidad.
Venezuela requiere de una dirigencia política capaz de movilizar las
potencialidades nacionales: una dirigencia que estimule en cada venezolano, el
espíritu de trabajo, de futuro, de esperanza personal y colectiva.
No
necesitamos odios generacionales, ni discursos retaliativos. Se requiere un
liderazgo capaz de llamar la atención del país sobre las dificultades y
convocarlo con entusiasmo hacia el cumplimiento de los objetivos nacionales. El
ajuste económico y social requiere de una dirigencia positiva, optimista, que
transmita al país el ejemplo del trabajo y la acción como valores sociales y
personales supremos. Esta dirigencia necesaria está representada en la figura
de Carlos Andrés Pérez.