Texto de Edgar C. Otálvora en el proyecto editorial "1999-2024: Cómo han cambiado nuestras vidas" del Papel Literario de El Nacional. Publicado el 04 de febrero de 2024.
IN-XILIOS, @AARON SOSA/El Nacional
Corrían los
primeros días del año 1999 y por los pasillos del edificio de la Cancillería
venezolana se sentía el paso de un grupo de jóvenes diplomáticos en plan de
Guardia Roja de la revolución cultural china. Se habían proclamado paladines
del nuevo gobierno y entre sus tareas estaba identificar a los diplomáticos que
estaban en el extranjero a quienes habría que destituir de inmediato.
Probablemente fue la primera lista en la cual fui incluido por el régimen. Ya
en Caracas, me sumé a la reducida lista de los primeros asistentes a la reunión
de los martes que Lewis Pérez comenzó a organizar en momentos cuando partidos y
políticos estaban en catatonia. Un año después no cabía el gentío en la sala
del CEN de AD.
A
principios del milenio mi nombre apareció en una lista de “enemigos de las
Fuerzas Armadas”. La lista se filtró y fue publicada por un semanario de la
época. El editor de mis libros se enteró que el libro “La Crisis de la Corbeta
Caldas” aparecía en la lista de los que no serían incluidos entre los nuevos
lanzamientos que Venezuela llevaría a ferias de libros en el extranjero. Aparecí
en la lista de periodistas que, según el régimen, inventaron una crisis militar
a propósito del inminente acuerdo del régimen con Colombia sobre el Golfo de
Venezuela. Después mi nombre apareció en una lista de conspiradores que
actuaban desde la Universidad Metropolitana, a propósito del tema limítrofe.
Más adelante, vándalos cibernéticos incluyeron mi nombre en la lista de
enemigos de la revolución a quienes se les debía jaquear cuentas de email y
portales web. Obviamente aparecí también en la lista de quienes firmamos
solicitando el referendo para destituir a Chávez, la llamada Lista Tascón usada
por el régimen para su apartheid contra los opositores.
Por
incitación de Simón Alberto Consalvi fui incluido en la lista de los autores
que darían cuerpo a la Biblioteca Biográfica Venezolana, no todas las listas
eran negativas.
Debí
incluirme en la lista de quienes tenían tarjeta de crédito para así poder
disponer de dólares, para lo cual había que viajar fuera del país. Pronto, para
optar al uso de tarjetas de crédito en el extranjero era imprescindible aparecer
en la lista de clientes de alguno de los bancos del gobierno. Y después resultó
necesario incluirse en un listado que llevaba cada banco en el cual constaban fechas
y lugares de posibles viajes al extranjero, para así poder utilizar los
servicios on line desde fuera de Venezuela.
Por
casualidad me enteré que fui incluido en la lista de los venezolanos que se
fueron, o que se niegan a participar en el esquema de control social, mediante
una tarjeta digital, para recibir bonos y subsidios. Desde esa fecha alguien,
usufructuando mi nombre, cobra los bolívares que de vez en vez el régimen gotea
a la población. Desde ya hace varios años estoy en la lista de los venezolanos
que ya no viven en Venezuela.
Las listas
son sólo parte de la vivencia de un cuarto de siglo, claro. Pero sirven de
útiles mogotes para cuando se piensa en los cambios en un cuarto de siglo de
vida.
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